XIII Rumbo a Malta


XIII   Rumbo a Malta


A bordo del Burdeos

“M” percibió que su presencia en oriente era urgente dado como se precipitaban los acontecimientos en China.  Igual que Traven, “M” había abordado el vapor francés Burdeos en Lisboa.  El misterioso agente británico llevaba de acompañantes al comandante Hall y a Mordechai Crook, el sobrino del embajador Fool (este último le había suplicado a “M” que se lo llevara y que no lo cuidara mucho, a ver si un afortunado accidente le costaba la vida). “M” también se hacía acompañar de una escolta de soldados ingleses.  A diferencia de Traven, que había alojado a su escolta en buenos camarotes de primera, “M” tenia a su escolta alojada en camarotes de segunda clase.

--Estamos pasando aguas de Sicilia, Sir Michael –le indico el comandante Hall a “M” --.  Podríamos, si es necesario, contar con el escuadrón de Malta.  Es cosa de que este buque mande un telegrama inalámbrico a Valeta, la capital.

--O sea, comandante, ¿a usted también se le hace sospechoso el sequito de teutones que vimos en la cena? --interrogo "M".

--El fulano vestido de civil era obviamente el jefe --indico Hall-.  Se creen a salvo de toda pesquisa y por ello no disimulo vistiendo de civil a los soldados que lo acompañan.  Se bebieron casi toda la existencia de la champaña a bordo.  O bien se trata de un riquísimo príncipe Hohenzollern o bien el fulano tiene amplios viáticos que le proporciono la embajada alemana de Lisboa.

--Lo que yo encuentro sospechoso es el efebo ese que los acompañaba –indico Crook--.  Esta demasiado bonito para ser soldado del Kaiser.

--Ningún soldado del Kaiser, que yo sepa, trae la marca roja de los devotos de Visnú en la frente –explico “M” --.  Caballeros, creo que ese efebo es una mujer.  Específicamente creo que se trata de la doctora de ascendencia hindú que participo en el rapto del Victoria.

--En tal caso el rapto fue hecho por agentes del Kaiser –concluyo Hall--.  ¿Quiere su señoría que actuemos contra ellos?

--¿Qué sugiere usted comandante? –pregunto “M” con voz glacial--.  ¿Un tiroteo a bordo con los alemanes?

Hall medito por un momento.

--Excelencia, tenemos los cinco soldados que trae usted por escolta.

--En efecto, el sargento Atkins y sus hombres están a nuestra disposición vestidos de civil.  Traen maletas con armas y municiones.  Ellos son hombres dispuestos a todo, pertenecientes a los Coldstream Guards.  Eran los que me iban a escoltar con el corazón de Visnú de Lisboa a Londres.

--Sugiero que en cuanto estemos a la altura de Malta que Atkins y sus hombres tomen el puente de mando.  Obligaremos al buque a desviarse a Malta, la cual esta bajo la bandera inglesa.  Los alemanes ni se enterarán del cambio de rumbo.  Ajustaremos nuestra velocidad para amanecer en Malta.  Luego, con el apoyo de la guarnición de Valeta, la capital, arrestaremos a los teutones y a la mujer hindú esa.  Entonces los podrá usted interrogar a detalle.

--Me gusta la idea –indico “M” --.  Pero ¿no objetara el capitán?

--La tripulación es francesa.  Convenza usted, su señoría, al capitán de que estos teutones son unos sanguinarios enemigos de Francia.  No creo que necesitara mucho convencimiento.

--¿Cuándo cree usted que debemos actuar?

--Para el anochecer, calculo, estaremos a la altura de Malta.  Sugiero tomemos el puente a la medianoche, después del cambio de turno en el puente.

--Entonces será a medianoche que actuaremos, comandante.  Ordénele a Atkins y su gente que se preparen.

Cerca de medianoche Traven despertó.  A su lado roncaba quedamente Lakshme.

--Esta mujer es como ninguna otra que he conocido –pensó Traven--.  Me ha trastornado completamente.  No solo es valiente y fogosa, sino que su belleza no solo me ha embelesado a mi sino también al feldwebel Katczinsky y a sus dos soldados que parecen perritos falderos en su presencia y se mueren por complacerla.  Si alguien se atreve a ofender a “la condesa de Gomera” Katczinsky y sus hombres no vacilarían en enterrarle un alfanje en el corazón a quien ose tal cosa.  Incluso, creo, que me matarían a mí también si perciben que he ofendido a Lakshme o que ella está descontenta conmigo.  No se ya quien secuestro a quien.

La luz de la luna entro por una claraboya e ilumino el rostro de Lakshme.  Con todo cuidado Traven quito unos cabellos que cubrían el rostro de la hermosa joven.

Lakshme despertó.  Su mirada tenia algo de la fosforescencia que tienen los mantis en sus ojos.

--¿No dormís Benjamín?  --pregunto Lakshme.

--Bruno, llámame Bruno por favor, Lakshme.

La joven sonrió con cierta lascivia.

--Quiero hacer el amor.  ¿Estáis agotado?

--Sacare fuerzas de flaqueza –contesto Traven.

Los dos se abrazaron y se empezaron a acariciar.

Pero en eso Traven se deshizo de ella.

--¿Qué os pasa Bernardo?

--Callaos Lakshme –contesto Traven poniéndole un dedo en los labios--.  Algo está pasando.  Y por favor, no soy Bernardo ni Basilio ni Baruch.  Mi nombre es Bruno.  

Después de un par de minutos Traven se paró.

--Lakshme, hemos cambiado de rumbo.  La velocidad ha disminuido.  Creo que nos dirigimos a Malta.  Estimo que llegaremos al amanecer.  Y no, el Burdeos no tenía planeado tocar ahí.  Yo soy marino de profesión.  Puedo detectar un cambio de rumbo por la inclinación que toma el buque al hacerlo.  E igual puedo hacer respecto a la velocidad del buque oyendo los ruidos que provienen del cuarto de maquinas.

--Malta es británica.

--En efecto.  Me temo que he sido torpe y estúpido.  Deberíamos haber mantenido un perfil bajo y no comportarnos como si fuéramos recién casados en nuestra luna de miel.  Hay varios pasajeros británicos a bordo, pero no les preste atención.  Repito, he sido un estúpido.

--Yo no me arrepiento de nada –contesto lacónicamente Lakshme--.  Si pensáis que nos dirigimos a Malta y esto es causado por los británicos, ¿Qué sugerís que hagamos?

--Vestíos y venid conmigo, Lakshme.  Hay que despertar al feldwebel Katczinsky y a sus hombres.

Katczinsky y sus hombres roncaban como leones durmiendo contentamente después de haber tomado varias botellas de champaña que Traven les había convidado.  Tenían, además, el vientre hinchado de las viandas que habían probado a bordo ya que la culinaria del Burdeos había resultado extraordinaria, digna de un buque francés.  Traven y Lakshme despertaron con dificultad a los soldados.

--¿Cree su señoría que los británicos instigaron el cambio de rumbo? –pregunto el feldwebel Katczinsky después de oír las explicaciones de Traven.

--No estoy seguro.  Pero lo que sucede no es normal.

--Yo si me percate de un grupo de británicos –apunto Katczinsky--.  Estaban en una mesa del comedor y nos veían fijamente, aunque trataban de disimularlo con poca fortuna.

--Yo los he visto hablar con otros británicos –explico Emil.

--Mas vale que no estéis inventando Emil –dijo con voz amenazadora el feldwebel Katczinsky.

--¡No invento sargento!  Iba yo recoger nuestros uniformes en la lavandería del buque cuando vide al viejo tuerto que nos observaba durante la cena hablando con otros británicos.  Estos estaban en camarotes de segunda clase, pero, os aseguro, que tenían una pinta de soldados que no podían con ella.  Cuando pase junto a ellos se callaron de pronto.

--¿Cuantos eran esos “soldados”? inquirió Traven.

--Su señoría, casi no le preste atención al suceso pero creo que vide unos cinco.

--¡Idiota!  Me deberíais de haber informado –rugió Katczinsky.

--Olvídelo feldwebel –ordeno Traven--.  Lo que ahora hay que determinar si se posesionaron del puente del Burdeos.

Traven saco su Luger y la reviso.

--Déjeme ir por delante, comandante Traven, por favor –contesto Katczinsky mientras igual revisaba su Luger--.  Aprendí como moverme silenciosamente y en las sombras cuando desplumaba bodegas en los muelles de Hamburgo.

--Déjenme acompañarlos –pidió Lakshme.

--Por una vez, os suplico, Lakshme, confía en mi juicio.  Solo tendremos que echar un vistazo.  Tomad esta arma para que os protejáis –contesto Traven ofreciéndole una Luger a la joven--.  Me imagino que sabéis usarla.

--Por supuesto –sonrió Lakshme.

--Ustedes dos me responderéis de que la condesa este segura – Katczinsky les indico a Klaus y a Emil.

--Zu befehl Herr Feldwebel! – respondieron los dos soldados.

--Vamos por aquí –indico Traven a Katczinsky--.  Estudie bien el buque en estos últimos días.  Si seguimos por la cubierta principal nos encontraremos a algún tripulante o pasajero.  Subiremos dos cubiertas hasta donde están las chimeneas.  Hay un acceso de ahí al puente.

Los dos teutones llegaron a la cubierta señalada.  Obviamente esta cubierta estaba prohibida a los pasajeros y habían avisos que así lo indicaban.

--¿Ese es el puente de mando, comandante?

--Si, feldwebel.  Id vos por delante.  Ascendamos por esa escalerilla para llegar a la plataforma.

Los dos hombres llegaron al pie de la escalerilla tomando todas las precauciones para no hacer ruido.  Katczinsky subió primero.  En cuanto pudo atisbar a la plataforma del puente de mando alzo una mano indicándole a Traven que se detuviera y no se moviera.  Luego Katczinsky indico que deberían bajar.

--Comandante, vide a un soldado británico con todo y uniforme –anuncio en susurros Katczinsky.

--¿Seguro que era un soldado británico y no un miembro de la tripulación?

--Definitivamente, comandante.  Conozco a un soldado cuando le veo.  Traía una casaca roja y su uniforme y botas y toda su vestimenta eran impecables.

--Santo cielo –concluyo Traven--.  Son guardias, posiblemente de los Coldstream.  Son soldados de carrera, muy expertos en tiro y en el cuerpo a cuerpo.  No me cabe duda.  Los británicos tomaron posesión del Burdeos y se dirigen a Malta.

--¿Qué hacemos comandante?  ¿Estamos atrapados?

--Primero, regresemos con la condesa –ordeno Traven.

El desconcierto era generalizado entre los soldados teutones.

--Comandante, ¿y si intentamos tomar el puente de mando? –pregunto Katczinsky.

--No, feldwebel.  Nos aventajan en numero y creo que los franceses están cooperando con ellos.

--Sargento, nos vigilan –apunto Emil.

--Explicaos.

--Vide una sombra en la cubierta, cerca de nuestros camarotes –explico el soldado.  Alla.

--Es natural que nos vigilen –concluyo Traven--.  Eso sería lo que yo hubiera hecho.  Queda entonces demostrado sin lugar a duda que los británicos actúan en nuestra contra.  Sargento, usted y yo tenemos que deshacernos de ese fulano, ¿entiende?

Traven sacó un cuchillo.

--Vosotros no os podéis mover en silencio –anuncio Lakshme mostrándoles un kriss que extrajo de una bota--.  Yo si se cómo hacerlo.  Dejadme ir esta vez.  Yo me desharé del vigilante.  Este alfanje está cubierto con jugo de upas.  Es venenosimo.  No tengo, sino que herirlo, aun si es ligeramente, y el fulano morirá.

--Lakshme, esto es cosa de hombres –contesto Traven con impaciencia.

Lakshme le contesto con una mirada furibunda.  Parecía como si el brillo fosfórico de sus ojos se incrementaba. Traven no pudo sino sentirse intimidado.

--Comandante, con todo respeto –se atrevió a decir Katczinsky--.  Creo que la condesa sabe lo que hace.  Además, nosotros intervendremos de inmediato si algo ocurre.

--¡Sea carajos! –contesto con molestia Traven.

Lakshme sonrió quedamente.  Luego se fajo su uniforme de “Hans” y aplico betún de los zapatos a su rostro.

--Pareciera que habéis hecho esto antes –apunto Traven.

--Benito, a veces no falta algún ladrón que intenta entrar a Mompracem y he tenido que tomar cartas en el asunto.  Los criados casi todos son ancianos o jovencitos imberbes.  Yo aprendí artes marciales en Lisboa cuando estudiaba medicina.  Me ayudaba a concentrarme.  Mi maestro era un monje Shao Ling del Tíbet que se había asentado en Lisboa.

--Lakshme, por favor, mi nombre no es Benito –le dijo Traven en voz baja a la joven--.  Tan solo llamadme Traven o comandante Traven cuando estoy frente a mis hombres.  ¿Y qué es o donde esta Mompracem?

--Es como mi padre llama a nuestro castillo.  Nunca falta algún intruso o ladrón, como os he dicho.  Hay rumores que Mompracem guarda tesoros fabulosos y no falta un idiota que nos quiera robar.  El castillo esta junto a un acantilado.  Es muy fácil deshacerse de un cuerpo aventándolo de ahí al mar.  Escuchad, en cuanto elimine al espía oirás que os doy un silbido bajo, ¿entendéis?

La luna afortunadamente se había escondido entre las nubes.  Tampoco se veían centellear las estrellas.  La oscuridad era como la boca de un lobo.

Lakshme cuidadosamente se aproximó al espía confundiéndose con las sombras.  Pronto vio la figura del espía agazapado detrás de un ducto de aire que conectaba con el cuarto de máquinas. 

Mientras tanto Traven y sus soldados aguardaban el desenlace casi sin respirar.

Se oyó un sollozo adolorido.  Luego, por unos segundos no se oyó nada mas.  Tan solo interrumpió el silencio el sonido de un cuerpo cayendo al mar.  Finalmente, a continuación, se oyó un silbido bajo.  La luna había salido detrás de las nubes que la cubrían.  Un brillo de luz de la luna ilumino la figura de Lakshme que caminaba tranquilamente de regreso adonde estaban los alemanes.

--Si era un soldado británico –explico Lakshme mientras volvía a guardar su kriss en su bota--. El fulano no sufrió.  El jugo de upas actúa muy rápido.  Alguna vez lo tendré que examinar químicamente.  Sospecho que actúa directamente en el sistema nervioso. Pero no entiendo todavía como se propaga tan rápidamente.

--Santo cielo, Lakshme, mis disculpas por lo que os dije –afirmo Traven.

--Olvidadlo, Benito –contesto Lakshme sonriendo--.  El problema es que seguramente relevaran a ese hombre de un momento a otro. 

--La condesa tiene razón, comandante –dijo Katczinsky. 

Traven hizo tan solo una mueca y sacudió su cabeza.  La joven estaba evidentemente dispuesta a mofarse de su nombre o más bien falta de nombre.  Y Traven sabía que sería imposible obligarla a lo contrario

--Bien, el tiempo apremia –indico Traven--.  Escuchadme con cuidado. Tomad la impedimenta que podáis cargar, no mas, sobre todo las armas y las municiones.  Aseguraos que no quede ningún documento en vuestros camarotes.  Una vez hecho eso, me seguiréis a popa.  Hay unos botes salvavidas ahí.  Os guiare en la maniobra de bajar a uno al mar.  Afortunadamente este esta calmado.  Sobre todo, haced el menor ruido posible.  Trataremos de llegar a Sicilia.  De ahí tomaremos algún otro buque.

--Si seguimos a Alejandría los británicos nos tenderán otra emboscada –apunto Lakshme.

--En efecto, tendremos que cruzar el medio oriente de alguna manera –contesto Traven--.  El objetivo es que lleguemos a Goa, en la India, lo más pronto posible.

--En tal caso –dijo Lakshme--.  Os sugiero que tratemos de alcanzar tierra en Italia.  Ahí tengo un contacto que no nos negara su ayuda.

--¿Italia? –dijo Traven con suspicacia--.  Bien, en estos momentos cualquier destino que no sea Malta me apetece.

“M” estaba furibundo cuando, al llegar a Malta, descubrió que los teutones se habían escapado.

--Creo que la corriente los va a llevar bien a Sicilia o a Italia –explico el comandante Hall tratando de calmar a “M”.

“M” eventualmente entro en razón y medito la situación por unos momentos. 

--Comandante, presentad mis respetos al jefe del escuadrón de Malta.  Entregadle este clave que os he escrito para que sepa que debe obedecerme sin chistar.  Decidle que necesito que ponga a nuestra disposición el buque más rápido que tenga.  También transmitid este telegrama en clave a nuestra embajada en Roma.  Si los teutones que seguimos están en Italia habrá ojos que los buscaran y los encontraran. 

Traven y su sequito habían hecho tierra en Messina casi sin esfuerzo, tan solo dejándose llevar por la corriente. 

--No pueden seguir vestidos de feldgrau, feldwebel –le dijo Traven a Katczinsky--.  Sois muy conspicuos.  Y esto va para vos también, Lakshme.

--Sea –se rio Lakshme--. Aunque ya me había acostumbrado a vestirme como “Hans”.

Los teutones se vistieron de civiles y Lakshme vistió otra vez como mujer.  Horas después tomaron el ferry que comunicaba a Messina con Italia. 

--Vigilad y avisadme si creéis que alguien nos espía –ordeno Traven--.  Y bien, Lakshme, ya estamos en la estación del tren.  ¿Adónde debemos ir ahora?

--Turin –respondió Lakshme--.  Salgari está ahí.  Confió en su locura.

--¿Salgari?  ¿Quién es ese fulano? –inquirió con algo de desdén Traven.

--Es…un aventurero.  Si os vais a embarcar en peripecias, traiciones, e intrigas es el mejor hombre para pedirle consejo.

--¿Y este fulano que decís que es un aventurero también está loco?

--Eso creo.  Y esa es la razón por la que confió en él.

--No os entiendo, Lakshme.

--Un loco, sobre todo si es imaginativo y audaz, es lo que necesitamos para que nos aconseje.  ¿Me negáis que lo que hemos vivido estos últimos días es una locura?  Digo, raptarme, que os enamoréis de mi y yo de vos, evadir a los agentes británicos, asesinar a uno de estos y aventarlo al mar, y, sobre todo, acabar con toda la champaña del Burdeos con la plata del Kaiser, eso, mi querido Bernardo, son locuras.

Traven medito por unos momentos.

--Bien, Lakshme, iremos a Turin y buscaremos a vuestro loco.

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