IV. Los Sueños
Paseo de un raja |
IV. Los Sueños
Lakshme
había sido llevado a su recamara y reposaba en su cama.
--Padre
–dijo la joven a Yánez--, pensaba que os conocía.
--No
conocemos en realidad a nuestros padres.
Acaso intuimos algo de su verdad.
--¿Por
qué nunca me habéis hablado de vuestro padre, mi abuelo?
Yánez
suspiro.
--Don
Fernando, mi padre, era un soñador.
Habitaba estas ruinas con unos cuantos criados igual de decrépitos. Yo era su único hijo. Decía don Fernando que el rey llamaría algún día
a los condes de Gomera para que le volvieran a servir y defender a Portugal de
sus múltiples enemigos. Así había sido por siglos y así lo volvería a ser,
juraba don Fernando. Entonces mi padre
cosecharía honores y riquezas y este lugar volvería a ser esplendoroso. Un día, decía mi padre, el rey me hara
gobernador de las Angolas e iremos a residir ahí. Cazaríamos leones escoltados por unos fieles y
fieros guerreros Masai que descubrirían las huellas de las bestias y nos
llevarían adonde estará la guarida de las fieras. Ante esta esperaríamos emboscados hasta que
salieran a hacer sus depredaciones y entonces las ultimaríamos. Y mi padre mandaría los trofeos de cacería de
regreso aquí y adornaríamos todo el castillo con colmillos de marfil y escudos Masai
y asegais. Y luego él y yo buscaríamos
las legendarias minas del rey Salomón de donde la reina de Sheba extraía
cantidades fabulosas de oro que uso el rey Salomón para levantar el gran templo
de los judíos. Sería tanto el oro que obtendríamos
que este castillo seria reconstruido con ladrillos de oro. Como os imagináis, el rey nunca llamo a mi
padre. Probablemente al rey le importaba
un bledo defender a Portugal o su imperio y por supuesto nunca viajamos a las
Angolas.
--¿Y
vuestra madre?
--Ella
lo amaba apasionadamente. Un día la
confronte. Mi padre había deteriorado a
tal punto y estaba ya tan lleno de amargura que no oía razón. Le dije a mi madre que todos nos estábamos
pudriendo lentamente aquí entre estas ruinas.
Le pregunte si sabía que mi padre nunca haría verdad sus sueños y que
solo servirían para cobijar su féretro.
Ella me respondió con enojo que seria un féretro muy mullido
entonces. Días después hui de aquí. No me lleve ni un quinto porque no había
tal. Quedaron solos con su vejez y sus sueños
imposibles. No los vi morir. Mi madre murió apenas unas horas después que
mi padre falleció. Probablemente mi
madre murió de tristeza y mi padre murió de amargura. Comparten el mismo féretro, lo abrí cuando regresé,
está en la cripta familiar. Parecen
dormir, casi no se han deteriorado. Y
si, es un féretro mullido.
--Entonces
si conocisteis a vuestros padres.
--Tal
vez. Solo sé que cuando me fui tenia
cierto desprecio a sus historias. Luego conocí
el oriente y acabé igual atrapado en sueños románticos. Si estos hacen que mi féretro este mullido estaré
agradecido.
--¿Padre,
tengo más hermanos o hermanas?
--No
estoy seguro. Es probable.
Lakshme
se llevo sus manos a su frente. Tenía
una jaqueca tremenda.
--Padre,
no soy nadie para juzgaros. Y mi hermano
parece ser hombre de bien y no tengo querella con él.
--No
os culpo si me juzgáis, hija. Por lo
menos acordaros que nunca fui infiel bien a Sorama o a Padme. A Liu Zhang lo engendre mucho antes de conocerlas. Así pues, juzgadme, es lo natural, hija. Yo hice lo mismo con mis viejos y fui cruel
al hacerlo. Os traeré un te para que os calméis
y podáis dormir.
--Pasadme
mi maleta. Tengo ahí unas píldoras. Decidles a los sirvientes que por favor me
despierten temprano. Tenemos que tomar
el tren de las siete rumbo a Lisboa.
--Tal
hare hija –dijo Yáñez besándole la sien--.
Despreocuparos.
--Padre
–dijo la joven sonriendo mientras Yáñez se retiraba--, acordaos de abrigaros
bien cuando viajéis. Que Kali os
proteja.
Yáñez
se dirigió a una amplia terraza del castillo.
Observo los cielos. La tormenta
había arreciado. En unas horas
amanecería. Liu Zhang hizo acto de
presencia.
--Su señoría –dijo Liu Zhang en tono
respetuoso--. Creo que debo aclarar por
qué estoy aquí.
--Me
imagino que tenéis vuestras dudas acerca del reto al que nos enfrentaremos,
hijo mío –contesto Yáñez soltando una bocanada de humo--. Después de todo se trata de conquistar toda
Asia, es decir, medio mundo. No os
preocupéis, hijo mío, lo he analizado todo con suma frialdad. En Singapur venden toda clase de pertrechos
de guerra. Comprare un buque de guerra,
uno que tenga un buen espolón, y varios cañones. Ahí en Singapur contratare una tripulación.
Puedo ver a un hombre y con tan solo un vistazo decidir si es o no buen
marino. Su fidelidad se puede
comprar. Equipados así romperemos el
bloqueo británico, si es que ya se inició la guerra. Si no podemos desembarcar en un puerto chino
lo haremos en Macao. Llevaremos abordo
infantería que reclutaremos en Borneo.
Hay tribus muy belicosas de dayakos en los alrededores del monte Kinibalu. Es posible que todavía algunos ancianos ahí
recuerden a los tigres de Mompracem. Así
equipados haremos la guerra de corso y dominaremos las aguas desde Cipango a
Indochina.
--Padre…
--Si
dudáis porque creéis que todo esto costara una fortuna, sabed hijo mío que
estoy dispuesto a pagarla y a pagar varias más si es necesario.
Liu
Zhang sacudió su cabeza. Era en verdad
difícil lidiar con Yáñez. Pobrecita de
Lakshme, pensó el oriental.
--Padre,
por favor, no deseo ningún trono imperial.
No duraría mucho vivo. Os lo digo
con conocimiento de causa. La corte
imperial es un nido de víboras.
--¿No
deseáis ser emperador? ¿Qué diablos les
pasa a mis hijos que no quieren ser unos tiranos sanguinarios? Os estoy ofreciendo que os conviertas en todo
un Tiberio. E igual le he ofrecido a Lakshme
que gobierne desde un trono ensangrentado.
Es lo más divertido que hay. En
cuanto probéis la sangre de vuestros enemigos estoy seguro de que os
convertiréis en un Calígula.
Liu
Zhang sacudió la cabeza.
--Con
todo respeto, padre, China ya ha tenido muchos de ese tipo de emperador. Os suplico, padre, que me escuchéis con
atención por favor. Vine aquí por orden directa
de mi madre. Francamente no quería hacerlo. ¿Cómo iba yo a saber con qué clase de hombre
me encontraría?
--¿Os
decepciono?
--¡Ciertamente
que no! Pero confieso que todavía no
alcanzo a comprender la clase de hombre que sois. A veces pienso…
--¿Qué
estoy loco?
--No,
que los dioses lo están por haberos imaginado.
Lo digo con todo respeto, padre.
--¡Sea! --dijo Yáñez dando una carcajada--. Aclaremos.
¿Por qué habéis venido a buscarme?
--Mi
madre os necesita. Dice que para lo que
viene será necesario teneros a su lado.
--Ah,
entiendo –respondió Yáñez--. ¡Por
supuesto que iré a servirla! ¿Y qué es
lo que viene? ¿Qué es lo que teme
vuestra madre y la hace tan desesperada que solicita la ayuda de un vejete
decrepito que habita al otro lado del mundo?
--Padre,
los horóscopos son claros. Habrá guerra
inmisericorde con las potencias extranjeras.
Todas a la vez, Inglaterra, Francia, Rusia, Alemania, Japón, EEUU, y
otros, se unirán contra el imperio.
China será invadida por grandes ejércitos extranjeros y estos no tendrán
misericordia con la población. Destruirán
las ciudades, los caminos, y peor, las cosechas. Los ríos se tornarán salados y rojos por las lágrimas
y la sangre de mi pueblo. Aquellos a los
que los ejércitos extranjeros no asesinen morirán de hambre debido a la
destrucción que traerá la guerra. Los
que sobrevivan serán esclavos de los extranjeros. Y su Cristo reinara triunfante sobre las
ruinas de los templos de nuestros dioses.
Implantaran sus escuelas y nuestros niños desconocerán la historia de su
patria y se les enseñara a avergonzarse del color de su piel y de su lengua y
de sus ancestros. En suma, China como
nación soberana y orgullosa desaparecerá.
--¡Esplendido! ¡Excelente!
--Padre,
¿os mofáis del triste porvenir de mi patria?
--¡Ciertamente
que no hijo mío! Pero intuyo que, si
tales horribles augurios se hacen realidad, y no veo razón para dudar de los
astrólogos imperiales, se darán las condiciones ideales para que ascendáis al
trono. Y bajo vuestra mano férrea China
renacerá y los extranjeros le temerán.
--No
deseo ningún trono, padre, menos a ese precio.
--Vuestra
hermana, Lakshme, es sabia. Ella aconseja que dejemos que los dioses decidan el
porvenir. Realmente no tenemos nada que
decir sobre nuestro destino. Si los
dioses desean que subáis al trono así será.
Y en tal caso, por amor a vuestra patria debéis de portaros a la altura
y servirla lo mejor que podáis. Yo igual
hare por lealtad a vuestra madre y a vos.
--Estoy
resuelto a servir a mi patria aun si muero en ello, padre. Si en verdad podéis juzgar el valor de un
hombre con tan solo darle un vistazo entonces podéis verme y juzgar que clase
de hombre soy.
--Tal
he hecho, hijo mío, y por eso no tengo duda en asumir este reto pues estaréis a
mi lado.
Sirdar
hizo acto de presencia.
--Capitán
Yáñez, la doctora duerme. Sin embargo,
insiste en que se le despierte pronto para que os acompañe a Lisboa. Dice que su señoría tiene una cita con el
doctor ahí.
Yáñez
escudriño con su telescopio rumbo a la playa de Nazare. Las fogatas seguían ahí. Sin embargo, Yáñez pudo observar que la
flotilla de barcas de pesca regresaba.
--Faltan
muchos. La flotilla fue diezmada por la
tormenta –murmuro Yáñez--. Pobres
mujeres. Bien Lakshme sabrá qué hacer
para socorrerlas.
--¿Qué
ordena capitán Yáñez?
--Sirdar,
cortad y traed algunas de las flores blancas que tenemos en la sección cerrada
del invernadero. Tapaos la respiración
al obtenerlas.
--Las
he manejado antes, capitán. Su perfume
es capaz de aletargar a un elefante merghee.
--Llevadlas
a la habitación de mi hija.
--La
doctora dormirá todo el día de mañana entonces.
--Si. Necesita descanso. Dadle instrucciones a los criados que la
dejen dormir y que no entren en la habitación a menos que se tapen la
respiración. Luego de un día indícales
que deben de ventilar la recamara.
--Yo
vigilare el sueño de la doctora y me encargare de ventilar su habitación al
cumplirse el plazo, capitán –contesto Sirdar.
--No,
Sirdar, vos no estaréis aquí para cuando la doctora despierte. Tampoco lo estará Liu Zhang o yo.
--¿Vamos
a Lisboa, capitán Yáñez?
--Si
y no, Sirdar. Vamos de regreso a Indostán
y de ahí a China. Seguro hay un buque en
Lisboa que podamos tomar.
--¡Por
Visnú!
--¿Dudáis
en seguirme Sirdar?
--Capitán,
estoy a vuestras órdenes y os seguiré hasta la muerte. Y si, extraño mi patria y me encantara
volverla a ver. Además de que no quiero
tener que darle explicaciones a la doctora en cuanto sepa que os habéis ido al
oriente. Capaz que me sacrifica a Kali.
--Bien,
Sirdar, haced que los mozos busquen las maletas de viaje.
--Están
ya preparadas, pero han estado arrumbadas en el sótano por los últimos veinte años
capitán.
--Si,
de que regrese aquí poco he viajado y me he convertido en un vejete
poltrón. ¿Tendrán esas maletas todavía
dentro las bolsas con rupias de oro?
--Si
capitán, y también contienen sacos de perlas de Labuan y esmeraldas de Ceilán. No os faltaran fondos para vuestro viaje. Pero no creo que la ropa dentro sirva ya. Ha de estar podrida.
--Nos
provisionaremos en Alejandría con buenos trajes de cacería. ¿Y que de las cajas con carabinas y
municiones?
--Todo
debe estar ahí capitán, en el sótano, junto a las maletas de viaje. También tenemos las cajas con las botellas de
champagne, vino, whisky, y bolsas de tabaco turco.
--Bien,
preparare un portafolios para llevar ahí mis documentos personales. Hoy en día ya no se puede viajar con toda
libertad. En donde quiera os piden
documentación. Liu Zhang, ¿tenéis vos
documentación apropiada?
--Tengo
pasaportes que me avalan como diplomático representante del gobierno imperial. Cuento además con suficientes fondos.
--Sea
pues. Sirdar, buscad a Samuel y que
prepare la berlina con los elefantes más rápidos que tengamos. Haced que los molangos de la servidumbre os
ayuden a cargar la impedimenta. Veremos
si podemos tomar el próximo tren a Lisboa.
Ah, y aseguraros de que tengamos a la mano varias carabinas y bolsas de
parque. Me imagino que vos sabéis
manejar una carabina hijo mío.
--Definitivamente,
padre.
--¡Ea! Si algún tigre se sube al tren en el camino de
Nazare a Lisboa lo vamos a poder rechazar.
--De
eso no tenga usted cuidado, padre –explico Liu Zhang--. En el mesón junto a la estación de
ferrocarril me esperan diez hombres de mi escolta. Todos ellos me son leales a muerte y están
perfectamente armados.
*
--¡Vive
Dios que esto camina! ¡Me siento
rejuvenecido! ¡Caballeros, el tiempo
apremia! Lakshme es capaz de despertar a
pesar de los calmantes y las flores soporíferas y entonces alertara a los Thugs
para que nos detengan. Ellos la obedecen
ciegamente pues temen su ira. Sera una
hazaña llegar a Lisboa con tanto tigre y Thug tratando de detenernos. ¡Pero una vez embarcados, con algo de suerte
evadiremos la vigilancia de las cañoneras de James Brooke que bloquean Lisboa!
Comments
Post a Comment