III. Liu Zhang
Mandarin del gobierno imperial de China |
III. Liu Zhang
--Excelencia
–dijo el visitante en tono respetuoso--, mi nombre es Liu Zhang. Sirvo a la casa real de China. Mis ordenes provienen de las más altas
esferas del gobierno imperial y agradeceré vuestra discreción en este asunto.
--Interesante,
continuad por favor, y contad con mi discreción –indico Yánez mientras le servía
al oriental un Whisky.
--Excelencia
–continuo el oriental abriendo un portafolio--, para comenzar le suplico acepte
su señoría esta prenda.
El
oriental le presento un abanico. Esta
era una verdadera obra de arte hecha de nácar y finísima seda con adornos de
plata y diamantes. Su valor era
incalculable.
Yánez
lo abrió y se abanicó con este. Un aroma
llego a sus narices. El portugués detuvo
su abanicar y olio con profundidad el perfume que el abanico emanaba. Yánez cerro los ojos y palideció reconociendo
el aroma.
--Tantos
años…toda una vida. ¡Imposible!
--Su
señoría, en el año de 1855 la Gran Bretaña inicio una guerra contra China para
ampliar los privilegios que se le habían cedido como resultado de la primera
guerra del opio. Vuecencia viajo de
Macao a Pekín y busco audiencia con Liu Te, el eunuco encargado de los asuntos
exteriores del imperio.
--Así
fue. Mi intención era que el gobierno
imperial me extendiera una patente de corso.
Estaba dispuesto a armar un buque que atacaría el comercio británico,
sobre todo los buques que venían desde la India cargados con el opio con el
cual Gran Bretaña envenenaba a China. Operaríamos
desde Macao pues era colonia portuguesa y el gobernador ahí, don Joaquín da Silveira,
duque de las Azores, era mi compadre.
--Tal
buque nunca se hizo a la mar.
--Desgraciadamente
el ministerio de Liu Te rebosaba de espías.
Estos dieron parte de mi presencia al servicio de inteligencia británico. Mi nombre era ya bien conocido por el
leopardo británico pues el mismo James Brooke, el raja blanco de Sarawak, había
puesto precio a mi cabeza por ciertos menesteres que había tenido con los
dayakos de Borneo.
--Su
señoría les había ofrecido a los dayakos 50 rupias por cada cabeza de un británico
que cosecharan. Luego de que
desaparecieron varios misioneros el raja Brooke ordeno que se hicieran
investigaciones. El gobierno del raja Brooke
pronto os señalo como el responsable de azuzar a los dayakos.
--No
fue para tanto. Fue una puntada de
borracho mía. Y francamente una cabeza
británica no valía 50 rupias. Los
dayakos me desplumaron. Carajos, era yo apenas
un jovencito entonces. El origen de todo
el lio es que había hecho exploraciones en los alrededores de Sarawak y descubrí
una mina de oro en las cercanías del monte Kinibalu. Pero los británicos no me dieron permiso para
explotarla y exigían que les diera la localización de ese potosí. Era evidente que Brooke la quería para
sí. Me negué por supuesto y me
encarcelaron por un tiempo hasta que el cónsul de Portugal en Sarawak intervino
y me saco de un calabozo hediondo. De
ahí nacieron mis diferencias con Brooke y con toda esa raza de ladrones rapaces
que son los británicos. En cuanto salí
del calabozo me dirigí a una cabaña que tenía al pie del monte Kinibalu y empecé
a ofrecerles dinero a los dayakos para que erradicaran a los británicos. Brooke se enteró y puso a precio a mi cabeza,
cinco mil rupias, lo cual me parecía un precio justo y hasta lo considere un
halago y me tome la molestia de mandarle una carta agradeciéndoselo. Ya veis que lo cortés no quita lo valiente. Pero como dicen los británicos, “business is
business” y los mismos dayakos empezaron a buscarme para cobrar esas cinco mil
rupias. Tuve que huir rumbo a Brunei
perseguido tanto por los rangers de Brooke como por las tribus dayakas. Sali con premura de Borneo a bordo de un
junco que se dirigía a Macao. Cuando se inició
la segunda guerra del opio apoye con entusiasmo la causa china. Yo solía decir públicamente que algún día secuestraria
y llevaría a China para ser juzgada por narcotraficante a la puta reina
Victoria. Esto sería tan solo un acto de
justicia pues la corona británica se hinchaba de plata con el comercio de opio. Definitivamente, los británicos y su servidor
nos odiábamos a muerte.
--En
Macao se os ocurrió la idea armar un buque contra los británicos. Trato vuecencia de convencer al ministro Liu
Te que lo financiara.
--Tal
no se logró. Me temo que el ministro Liu
Te era un reverendo pillo pues demandaba que se desviara a sus cuentas en bancos
de Singapur la mayor parte de los fondos para construir y armar el buque
ese. Carajos, al final ese buque le iba
salir costando a China como si fuera toda la Home Fleet británica.
--Tal
era el odio que los británicos os tenían, excelencia, que hicieron un atentado
contra vuestra vida mientras estabais en Pekín.
--Correcto. No tenían mantis a la mano en China así que
los británicos contrataron un asesino japonés de una secta, los ninjas, muy
renombrada por sus dotes marciales. Una
noche este fulano penetro en la habitación que se me había asignado en el
palacio imperial.
--Pero
vuecencia no estaba ahí.
--No. Yo ya había intuido lo que los británicos intentarían. En el fondo los británicos son tan torpes
como un rinoceronte enfurecido y también son algo predecibles. Sembré varias bis cobras en mi habitación y
puse un monigote en mi cama para confundir al asesino. Fue inevitable que las serpientes mordieran
al ninja, aunque este logro matarlas a todas.
Sabiéndose herido de muerte y para evitar que lo torturaran y hablara, el
fulano se hizo la risueña ceremonia llamada seppuku. Eso me causo toda clase de problemas.
--¿Problemas,
su señoría?
--La
habitación era una preciosidad, adornada con toda clase de obras de arte de
gran antigüedad. La cama era digna de un
rey y las sabanas eran todas de la más fina seda posible. ¿Os imagináis el estado en que quedo la
habitación después de que el ninja mato a las cobras que lo habían mordido y
luego se abrió el vientre y derramo sus intestinos? Apenas se podía entrar ahí por el mosquero y
los charcos de sangre. Liu Te insistía
en que pagara cien mil rupias por una bacinica de la dinastía Ming que había
sido rota por el ninja cuando agonizaba y daba de patadas. Yo a mi vez le respondí que le cobraran los daños
al embajador británico pues ese hijo de puta era el responsable del
atentado. Además, sabía que si pagaba yo
algo a Liu Te ni un centavo llegaría a la tesorería imperial. Para entonces era ya evidente que mi
propuesta de hacer guerra de corso contra Gran Bretaña nunca sería
aceptada. Y de todos modos la tesorería
imperial no tenía ni un centavo pues Liu Te y el resto de los ministros llevaban
años desplumándola. A duras penas logre
salir del palacio imperial antes de que me refundieran en un calabozo, esta vez
uno chino.
--¿Y
dónde habíais estado, excelencia, la noche del atentado?
Yánez
tan solo alzo el abanico.
--Señor
Liu Zhang, un caballero no revela ciertos secretos, sobre todo cuando el honor
de una dama está en juego.
--No
revelare nada más que aquello que se me ha confiado y que vos conocéis. Bueno, lo que conocéis hasta cierto punto.
--Adelante
entonces.
--La
honorable dama Li, concubina imperial, es la dueña de ese abanico como vos sabéis. En el año de 1856, nueve meses después de vuestra
visita, ella dio a luz a un hijo. Por
orden del gobierno imperial os debo hacer saber que ese niño era vuestro
hijo. Su nacimiento fue un milagro pues
el emperador reinante sufría varios problemas de salud y sus médicos lo creían estéril.
Yáñez
bajo los ojos.
--Continuad,
os lo suplico.
--Ese
niño eventualmente ascendió al trono como el emperador Tongzhi teniendo tan
solo tres años.
--“Tongzhi”
u “orden restaurado” –tradujo Yáñez.
--Desgraciadamente
el gobierno de ese emperador ocurrió en lo que los chinos llamamos “tiempos
interesantes”. Su madre actuó como
regente hasta que el emperador llego a la mayoría de edad. Mientras crecía el niño, ella gobernaba y trato
de evitar que China se sumiera en un caos después de que los británicos ganaron
la guerra y nos impusieron condiciones aún más onerosas e insultantes que en el
tratado anterior.
--Momento. Entonces la honorable dama Li, concubina
imperial…
--Si,
su señoría, la dama Li es la ahora emperatriz madre Cixi. Ella reasumió el mando del gobierno imperial
cuando murió el emperador Tongzhi. Este tenía
tan solo 22 años al morir.
--Según
oí ese jovencito tenía todas mis malas cualidades. Si, definitivamente era mi hijo. Se le reputaba disoluto, borrachín, y tahúr. Me temo que solo le herede mis taras al
infeliz.
--Excelencia,
no está en mi lugar discutir qué clase de persona era el emperador Tongzhi. La reina madre reasumió la regencia e hizo que
el príncipe Taizin, primo del finado emperador, asumiera el trono imperial bajo
el nombre del emperador Guanxu. El
príncipe Taizin tenía tan solo cinco años al ascender al trono y la emperatriz
madre Cixi era la que llevaba en realidad las riendas del gobierno imperial.
--“Guanxu”
o “gloriosa sucesión” –contesto lacónicamente Yáñez.
--Ahora
os debo dar más detalles que os ruego nunca reveléis. Si estos salen a luz muchos, incluyendo su
humilde servidor, perderán la vida.
--Os
doy mi palabra de que guardare tales secretos.
--El
nacimiento del emperador Tongzhi fue milagroso en varios sentidos. Una hora después de que nació el futuro
emperador la dama Li dio a luz a un segundo bebe. Y era varón.
--¡Santo
Dios! ¿Entonces tuve dos hijos? ¡Vaya que era potente cuando joven!
--Aparentemente
erais todo un semental, excelencia –afirmo el oriental con algo de ironía.
--¡No
me digáis más! ¡Seguro que a ese niño lo
encerraron en la Bastilla y le pusieron una máscara de hierro! ¿Cómo lo liberamos? ¿Hay pasadizos secretos ahí? Lo dudo.
Sugiero que sobornemos a los guardias.
Carajos, que digo, la Bastilla ya no existe. Lakshme tiene razón, ya sufro de demencia
senil.
--Su
señoría, también he leído esa novela, pero los recién nacidos no eran gemelos. Lo indicado era que se matara al segundo niño,
tal era la costumbre en la corte imperial.
La dama Li contaba, sin embargo, con eunucos que le eran fieles, tal vez
los mismos que os facilitaron la entrada a los aposentos de ella. Así fue como el recién nacido fue sacado del
palacio a escondidas. Creció bajo la
guía de un magistrado imperial, familiar de la dama Li, en una provincia
occidental de China, en las soledades del Takla Makal. Vuestro hijo aprendió a cazar, montar, y a
hacer la guerra teniendo por maestros a los mismos mongoles que habitan ese
desierto. Luego la ahora emperatriz
madre Cixi mando a su segundo hijo a estudiar a Inglaterra para que conociera bien
la idiosincrasia de los enemigos de China.
--¡Por
las almorranas de Visnú! ¡Su madre lo
debería haber hecho emperador!
¡Semejante soberano hubiera sido un enemigo formidable de la Gran
Bretaña!
--Su
madre, que tenía excelentes instintos políticos, considero que tendría
demasiados enemigos dentro de la misma China además de que las potencias
extranjeras le temerían y de inmediato iniciarían una guerra para deponerlo. Su gobierno, pensó la emperatriz madre, sería
efímero. No, la emperatriz madre decidió
que solo en caso de emergencia extrema se daría a conocer la identidad de ese
príncipe. Por eso, cuando el joven regreso
a China se le facilito que ascendiera en el servicio civil, o sea, los mandarines. Eventualmente el joven llego a estar al
servicio directo de la emperatriz, aunque en una posición modesta pues así se
aseguraría que su secreto no se descubriría y no sería asesinado por mandato
del emperador Guanxu.
--¿Vive
entonces ese niño? Seguro es un hombre
ya. Y entiendo por qué queréis que
guarde discreción. Ese hombre sería hoy
el heredero legitimo al trono de China.
El
visitante quedo callado por unos momentos.
Luego suspiro profundamente.
--Ese
hombre soy yo, excelencia. Yo, Liu
Zhang, mandarín del segundo nivel en el gobierno imperial de China, soy vuestro
hijo y vos, capitán Yáñez, conde de Gomera, sois mi padre.
A
continuación, el oriental se postro ante Yáñez y le beso la mano.
--Ave
María purísima –fue lo que respondió Yáñez a pesar de ser reputado como un
hereje.
En
eso se abrió de súbito la entrada a la sala.
Lakshme penetro en esta seguido de un sequito de criados llevando unas
viandas que no se veían muy apetecibles.
Sirdar la seguía y se encogió de hombros indicándole a Yáñez que no
había podido evitar que Lakshme entrara.
--Bien,
que bueno que estáis aquí padre –indico la joven--. Os vais a comer todo el Yorkshire pudding que
se os preparo. ¡Es una orden! ¿Y que hace ahí esa botella de whisky? Solo
os permitiré un vaso de vid. Ah, no sabía
que teníais visita. ¿Quién es este caballero
oriental postrado ante vos?
Liu
Zhang se incorporó e hizo una respetuosa inclinación ante la joven.
Sin
importarle lo que diría su hija, Yáñez había prendido un pitillo y dejo salir
de sus labios una bocanada de humo digna de una locomotora. Los criados, viendo cómo se hinchaba de ira
la vena en la frente de la joven intuyeron que se iba a desatar un San Quintín
y de inmediato se hicieron escasos. Tan
solo Sirdar no deserto.
--Ah,
Lakshme, hija mía, os tengo excelentes noticias –exclamo Yáñez mientras
abrazaba a su nuevo hijo con entusiasmo--.
Sabed que este digno caballero venido desde la China se llama Liu Zhang.
Es vuestro hermano, bueno, medio hermano,
y ya estoy meditando como hacerlo emperador de China. Luego, con un ejército de un millón de
chinos, cruzaremos, cual Aníbal, los Himalaya e invadiremos la India y mandaremos
a los británicos de nuevo a su isla horrorosa.
Liu Zhang, hijo mío, os presento a Lakshme, vuestra hermana, sacerdotisa
de Kali y futura emperatriz de la India.
Afortunadamente
Sirdar logro evitar que la joven se golpeara en el piso al desmayarse.
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